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Mostrando entradas de junio, 2010

Entre la vigilia y el sueño

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      Algunas veces sólo somos sombras, perfiles de la oscuridad, o bosquejos de un cuadro inacabado buscando un refugio donde escondernos del universo por un instante, para encontrar nuestras reflexiones y pensamientos. Un singular momento en el que nada de lo que nos rodea existe para nosotros, como una especie de paréntesis de nuestra existencia. Algo parecido a un agujero espacio temporal, donde todo lo que hay alredor queda congelado y ajeno, y la única vida que se mueve es la de las sombras sin cuerpo.       Nos proyectamos a una gravedad vacía donde perdemos el control del tiempo, la distancia y la energía. El silencio y la luz son los mejores aliados, nos permiten mantener el contacto con nuestro juicio y razonamiento. Cuando se rompe la barrera del agujero donde se encuentran nuestras coordenadas espacio temporales, la gravedad tira de nosotros y caemos al vacío sin remedio, el golpe es fuerte y doloroso incluso para una silueta sin cuerpo.       El retorno al univers

Una hebra de hilo...

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      Si yo fuera una hebra de hilo, querría ser tejida para un bonito pañuelo que se anudase al cuello o a modo de diadema. Me encantaría impregnarme con mil perfumes y pasear a la luz de las estrellas; o bien salir volando con una racha de viento huracanado desde un crucero, para ver el mundo desde el aire, usando mis propias alas por un pequeño instante en el tiempo. Después caería en el agua y disfrutaría de un agradable baño salado, mientras soy transportada con el vaivén de las olas, a una hermosa playa peinada por la brisa y el silencio.        Una vez el sol me hubiese ayudado a abandonar el húmedo lastre, volvería a retomar el vuelo, de nuevo a merced del viento; y como la semilla de un diente de león acabaría posándome en algún lugar recóndito, donde otras manos hallarían mi refugio incierto.     Nuevos paisajes misteriosos y efímeros volverían a ser compartidos, y otros perfumes impregnarían mis sentidos. Y cuando ya no me quedasen fuerzas y de jirones estuviese

Un bello rostro

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      Su mirada ante el espejo era altiva y arrogante. La naturaleza le había obsequiado con una belleza sublime que rozaba la perfección. Ella lo sabía, desde que era una niña había sido admirada por su hermosura y gracia naturales, para más tarde convertirse en su principal obsesión. El grado de admiración que despertaba a su paso era tal, que empezó a mellar en su alma, y poco a poco se fue transformando en un ser orgulloso y altanero, incapaz de simpatizar con aquellos que no sentía dignos de su aprecio, tan sólo por no poseer en su fachada, unas cualidades de belleza inmediata. Nunca miraba más allá, con sus cautivadores ojos.       Consiguió encontrar, con mucho esfuerzo, un hombre acreedor de sus encantos. Ardua tarea fue aquella, ya que a cada uno le buscó un defecto, por nimio que fuera, para apartarlo de su vista. Eligió quizás al más elegante, sencillo y noble, no hacía sombra a su belleza, pero tampoco la descompensaba. Su edad, diez años mayor, hacían que ella parecies

Pompas de jabón

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      Se sentó en la pendiente más alta del parque para hacer pompas de jabón. Era una tarde cálida de principios de primavera. Me hubiese gustado decirle que no había elegido el mejor día para las pompas, que esas criaturas transparentes y ligeras gustan de la humedad de la atmósfera, y que el calor rompe su tensión superficial con facilidad; pero quién era yo para racionalizar un concepto que a simple vista se muestra mágico y misterioso.       Salió una pompa gigante que intentó sujetar con la palma de su mano sin mucho éxito, mi mente ya se había adelantado a ese desenlace, segundos antes de que estallase.       Me senté en un banco a leer el periódico. Sentí una gota húmeda rozar mi mejilla y otra que me acarició el brazo. Al instante me di cuenta que se trataba de una pompa de jabón. El aire cálido de sus pulmones hacía que se elevasen para después terminar cayendo.       Mi manía de buscarle una explicación a todo, hizo que me preguntase cómo podían haber caído sobre mí, si

Laberinto de palabras

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   ―¡No sé cómo ni dónde, pero acabaré con su vida un día de estos!    ―¿Hablas en serio?    ―¿Es que lo he pensado en alto?    ―Sí, y me tienes intrigadísima.    ―Estoy buscando el titular para un artículo que he escrito. ¿Quieres que te lo lea?    ―Preferiría que hablásemos, hace siglos que no lo hacemos.    ―Yo no tengo esa impresión, hablamos cada día.    ―Pero no me refiero a hablar sin más, me refiero a hablar de verdad, a compartir palabras,  a escuchar con atención lo que nos contamos, a entender lo que queremos decir sin darlo por sentado...    ―Yo hago eso siempre, ¿acaso tú no?    ―Sí, pero quizás deberíamos esforzarnos un poco más.    ―Creo que cuando una cosa tan sencilla como esa requiere un esfuerzo, deja de ser especial o simplemente ha desaparecido la complicidad.    ―¿Tú no la echas de menos?    ―No creo haberla perdido.    ―Yo he estado mucho tiempo a años luz sin darme cuenta, me acostumbré sin más.    ―¿Y por qué yo no me di cuenta?    ―Porqu

Historia de una cabina...

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    Nunca me he considerado torpe con las nuevas tecnologías, pero ahora tengo serias dudas después de lo que me pasó esta mañana...     Salgo de casa con el bolso lleno de artilugios, menos el teléfono móvil que se estaba  cargando. Como iba a un parque que está muy cerca, no me preocupó demasiado su falta. No llevaba media hora fuera de casa, cuando me doy cuenta de que necesito hacer una llamada, suerte que era a casa porque es el único número que sé de memoria a parte de mi DNI y alguna que otra fecha de cumpleaños.      Divisé una cabina telefónica a cien metros, cosa que me chocó porque pensaba que ya estaban extinguidas, y eso que paso cada día por su lado, debe ser que forma parte de mi paisaje cotidiano, al estilo árbol.     Como no llevaba monedas pequeñas metí una moneda de euro que salió rodando por la ventanilla del cambio. Entonces miré fijamente al aparato y me di cuenta que ya no era como yo lo recordaba: auricular, ranura de moneda, teclado y ventanilla para el c

Descanse

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Arrancó el tren y la señora no paró de hablar hasta la llegada. ¿Va mucho a Madrid? Yo voy a menudo, tengo allí una hija ¿Tiene hijos? Yo tengo una y un nieto ¡mire que guapo! Al principió contesté con monosílabos, después abrí un libro para disuadirla. ¿Quiere usted una rosquilla? Que sí, coma ¿Y a qué se dedica? ¡Médico! ¿Qué puedo tomar para la garganta? Mi nieto tiene ronchones en la espalda ¿Será alergia? ―No se pueden hacer diagnósticos sin tener al paciente delante. ―¿Y para mi dolor de garganta? ―Descanse señora, descanse y cállese un ratito. "Ecrito para relatos breves tren de cercanías"

De haberlo sabido

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      Cuando las puertas se cerraron y el tren inició su lenta marcha; le observé a través de la ventana en el andén, inmóvil, haciendo una leve señal de despedida con la mano alzada. A medida que el tren cogía velocidad, su figura se iba haciendo más pequeña.      No sabía que esa sería la ultima vez que le vería, de haberlo sabido todo habría sido diferente, no le hubiese dado dos besos, ni despedido con un ¡volveré pronto! Le habría abrazado y, diciéndole mil veces cuanto le quiero, no me habría marchado de su lado. "Escrito para relatos breves tren de cercanías"

Conexiones

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      Hacía cuarenta años desde la última vez que se vieron. En aquella época aún eran jóvenes y les quedaba mucho mundo por recorrer. No hicieron grandes cosas juntos, pero compartieron buenos momentos charlando al calor de un café, mostrándose sus sueños, ilusiones, lecturas, viajes por hacer... Fue una relación de amistad enriquecida por la gran conexión que existía entre ellos.       Unas veces relajada y otras alerta, aquella conexión se fue afianzando y haciendo intocable, indestructible y revoltosa. Así pasó mucho tiempo, ellos no se daban cuenta, pensaban que aquello era y sería una amistad de por vida. Pero el azar, que a veces deja de ser fortuito y se torna caprichoso, comenzó a hacer una fisura en aquella conexión. No fue una fisura cualquiera, fue de esas que se van extendiendo e hizo que cada uno comenzase a distanciarse. ¿Las razones? Nunca fueron claras, quizá hubo alguna confusión, conexiones periféricas... En definitiva, cada uno cogió sus respectivas riendas y

En la cola del banco...

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   Tenía al menos seis personas en fila delante de mí. Una señora con dos niños, que no paraban de corretear por la sala. Un hombre trajeado con maletín. Y ¡cómo no! cuatro jubilados contándose batallitas ellos, y enfermedades ellas. Es curioso cómo al llegar a cierta edad, se ponen a hablar de enfermedades como si se tratara de una competición:        ―A mí me operaron de cataratas.       ―Pues yo tengo una cicatriz que me atraviesa el pecho, porque me pusieron una válvula en el corazón.     ―Y la mía, cuando me operaron de la matriz, se me infectó y estuve una semana ingresada.      ―Pero a mí me han operado dos veces de hemorroides. (¡Chúpate esa! ¡A ver quién me gana ahora!)    Claro, que tampoco los de treinta y tantos podemos decir nada al respecto… sólo hay que observar cuando nos juntamos unos cuantos tíos y nos ponemos a contar las aventuras de la mili. Y ellas como se junten unas cuantas casadas con hijos… tienen dos mono temas: “mi marido no hace nada en ca

Sueños...

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A lgunas veces sueño que camino por una calle y encuentro tantos obstáculos, que no c onsigo llegar al destino que me hacía caminar por ella, gente interrumpiendo mis pasos o pérdidas de memoria que de repente me hacen olvidar dónde voy... n aturalmente al despertar  lo entiendo, ya que siempre me ocurre cuando mi t rayectoria se dirige a la casa de alguien que sé que ya no existe en este mundo, debe r epresentar esa nostalgia de haber perdido la oportunidad tantas veces, y que ahora a limenta la culpa... Otras veces consigo llegar a ese destino, ese momento es increíble y fugaz; l a casa está como siempre, todo mantiene su color especial, su aroma, su calma... u na voz inconfundible me dice que pase y pregunta, qué hago ahí mirando y acariciando el z ócalo de la entrada... Las palabras fluyen a borbotones, saben que les queda poco tiempo.                    Fragmento de "El viaje de la memoria" con transparencia. “Seguiré vagando por vuestra casa, mi casa”

El Capricho

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      Respiraba con agitación por la carrera. Cuando llegó a la puerta del parque, casi sin aliento, un vigilante le anunció que ya estaban cerradas sus puertas, pues el horario de invierno había entrado en vigor y otro vigilante se encontraba dentro haciendo la ronda de desalojo. Sólo le quedaba esperar fuera a su acompañante.       Ella le esperaba dentro con impaciencia, frotando sus frías manos y paseando de un lado a otro del punto de encuentro. Era la primera vez que se verían a solas y para ello habían elegido un parque llamado El Capricho. La escena se situaba en una tarde fría de finales de otoño. Las hojas de los árboles revoloteaban por el suelo al compás de la brisa, formando una alfombra viviente y mezclándose caprichosamente unas con otras. Los cisnes y patos del estanque, nadaban las gélidas aguas de los riachuelos que recorrían en parque, acostumbrados e inmunes a la presencia de la intrusa que vigilaba sus movimientos con los pensamientos en otro lugar.  

Tardes de siesta

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      "El calor hace que las terrazas se llenen y aumente el consumo de cerveza y refrescos. Según una encuesta realizada..." Escuchaba, somnolienta en el sofá, parlotear al presentador del telediario. Me levanté a tomar un vaso de agua fresca para saciar la sed que me había transmitido a modo de publicidad subliminal. Revisé el frigorífico de arriba abajo, pero no encontré ninguna botella dentro. La cubitera estaba guardada sin agua en el congelador, así que me resigné a tomar el agua del tiempo. Al abrir el grifo, un ruido sordo y a trompicones me indicó que habían cortado el suministro. Decidí abrir la ventana, no es que fuera a saciar mi sed, pero de pronto hacía un calor excesivo y noté que sudaba.       Abrí una botella de vino tinto, era el único líquido que encontré en la despensa, a parte del aceite de oliva y el vinagre. Engullí media botella de un trago y habría terminado con ella, si no me hubiese interrumpido el sonido del timbre de la puerta.       Un hombre

Una puesta de sol

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En la Travesía literaria participo en una liga titulada “Letras que forman países”. Nos han propuesto escribir sobre un país que nunca hayamos visitado, a mí me tocó escogerlo de la parte de África de este a sur. En esta primera fase de la ronda, tengo que retratar el país desde el punto de vista de alguien que lo visita por primera vez. Ahí os dejo lo que ha salido.       Me desperté sobresaltada por un griterío formado en la calle que atravesó el silencio que habitaba en mi habitación. Me desorienté por unos instantes al abrir los ojos, aunque reconocí de inmediato dónde me encontraba al ver las maletas a los pies de la cama. No había sido un sueño, después de tantos años dándole vueltas y barajando todas las posibilidades, me había decidido a emprender aquel viaje, sin saber lo que la vida allí me depararía ni si lograría encontrarle.       La llegada había resultado menos complicada de lo que imaginé. Quizá el haber encontrado una compañera de aventura, hacía más sencillo

Carta desde Verona

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      “Si algún día nos encontramos en Verona te invito a cenar”   Fue la frase que daba fin a aquella carta que encontró en el buzón.  Realmente la carta no iba dirigida a ella, pero le hacía mucha ilusión pensar que si algún día visitaba aquella ciudad donde Shakespeare situó el escenario de la historia de amor más famosa del mundo, posiblemente, un desconocido estaría dispuesto a compartir su mesa con ella en un restaurante situado en algún lugar recóndito, y ambientado por la atmósfera que desprende la ciudad.        No acostumbraba a fisgar en buzones ajenos, pero en esta ocasión el cartero introdujo la carta en la ranura equivocada. Y no la hubiese leído de haber estado cerrada, pero se trataba de una postal. También la habría depositado en su lugar correspondiente de haber sabido cuál era, en la dirección de destino lo único que aparecía era el nombre de la calle; así que decidió, para no dejar aquellas palabras tan bonitas perdidas en el vacío, contestar al remitente: “Por e

Mejor el móvil...

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      Había convertido en batuta la cucharilla del café y con los ojos cerrados, sentada a la mesa de la cocina, siguió el compás de aquella música que sonaba en el despertador de su mesilla en la habitación, a todo volumen.       Mientras se deleitaba con placer en el punto álgido de la melodía, sintió una presencia extraña clavada en su espalda.  Se giró lentamente y fue abriendo los ojos muy despacio, encontrándose de frente con un completo desconocido mirándola fijamente. Soltó la cucharilla del café que cayó al suelo y agarró el cuchillo de la mantequilla ¡Cómo hubiese deseado estar cortando carne en vez de desayunando, y portar un arma mejor!. Fue retrocediendo poco a poco sin perder de vista al desconocido, mientras él no le quitaba ojo al cuchillo. Cuando se vio a la altura del pasillo, corrió hasta su dormitorio y cerró el pestillo por dentro.       Dio unas cuanta vueltas por la habitación, no sabía dónde podía esconderse ni qué hacer, si hubiese  podido pedir un deseo,

Mujer joven busca...

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MUJER JOVEN BUSCA: Al hombre de su vida para cambio de rumbo. Rubia, ojos azules, ni gorda ni delgada, apariencia normal, divertida.       Al ver este anuncio imaginé a la mujer de mis sueños. Un bombón de ojos azules y tez delicada. Es lo que tiene la imaginación, que va sin límites.       Llamé al teléfono del anuncio para concertar una cita y quedé con ella en una cafetería. Cuando entró con la flor en la mano,  tiré la mía debajo de la mesa y me dirigí al servicio. Mi imaginación me la había jugado, pues no era lo que esperaba. Era rubia, los ojos podían ser azules, estatura media; no estaba gorda, pero delgada tampoco, y por la edad podía ser perfectamente mi madre.       Cuando salí del baño, vi que había ocupado mi sitio, me acerqué a la barra para pagar la cuenta y salir corriendo. El camarero me hizo un gesto como si hubiese descubierto que ella era mi acompañante. Pagué también lo de ella y salí sin mirar atrás.       Al salir a la calle, una bofetada de frío me

Estilismos varios...

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      En muchas ocasiones nos obsesionamos por ir vestidos a la moda o más bien, por no ir pasados de ella para no dar el cante. Aunque en los tiempos en en los que vivimos, en que todo vale, más se da el cante por lo primero que por lo segundo; o quizá por salirse de los límites que marcan las tendencias y ser el más original o el primero en llevarlo.       De esta forma hemos pasado por criticar lo que nos ha parecido estrafalario, para unos meses más tarde, sucumbir a sus encantos y pasear alegremente por las calles con eso mismo puesto. ¿Qué yo dije qué? Nos sorprendemos diciendo. Son cosas del ajuste visual frente a la moda.       Aunque hay que reconocer, que de la moda que sale a la calle (en las pasarelas ni me meto, pues imagino que la mayoría de los modelitos calificados por mí como “imposibles de salir a  la calle”, son más bien la fantasía o el arte creado por los diseñadores para hacer el espectáculo que  se espera de ellos, que para vestir  fuera de ellas o de las

Consciencia (Cap. II)

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Leer primero: Consciencia (Cap. I) enlace       Nadie creyó su versión de los hechos. Por más que insistió a la policía, no hicieron caso a su explicación absurda de que le mató ver la foto de una niña mirando a su objetivo.       Tardó en recuperarse de aquel incidente. Se sentía culpable de lo que le había sucedido a su tío y no sabía cómo afrontar la situación; si dejarlo estar o seguir indagando en aquella iglesia, donde no había vuelto a poner un pie desde el día de aquellas comuniones.       Cuando tuvo aquella visión en las fotos, corrió al hospital donde se encontraba su tío en recuperación, para saber si había vivido este, una experiencia similar. Su tío, muy tranquilo e incluso riendo por la historia tan peculiar que le contaba el sobrino, le contestó que no le había ocurrido nada parecido, que si no sería producto de tantas películas de ciencia ficción que se tragaba en el cine. Pero cuando le enseño la fotografía de la niña del vestido rosa, su rostro adquirió un