Fondo de armario


      Discutían acaloradamente el vestido rojo y la falda de vuelo azul, siempre estaban a la defensiva y era el top de seda negro quien mediaba en sus discusiones. Le hubiera gustado ponerse de parte de la falda azul, ya que existía muy buena relación entre ellos, acostumbrados a combinar juntos. Pero esta vez, a pesar de que no soportaba al engreído vestido rojo, no le quedaba otra que darle la razón. Lo que contaba era cierto: existía una crisis fuera del armario. Escuchó la conversación entre su vecino de armario, el blazer negro, un tipo en apariencia bastante estirado pero que en las distancias cortas mostraba su lado amable y cercano, y el vestido rojo. Ambos eran grandes compañeros de fiesta y por todos era sabido que cuando salían juntos, amanecían revueltos. Pues bien, el blazer negro contaba que días atrás salió de fiesta con un vestido en tono dorado de encaje que le había dejado muy tocado. El vestido rojo, al escuchar su confidencia, y pese a que blazer juró y perjuró que no hubo nada entre ellos, se encendió de ira y dejo de hablarle; reacción normal para un vestido acostumbrado a ser el centro de atención en el armario. Pero tras recuperar la calma y recomponerse, decidió que tenían que hacer algo: no podían permitir que tanto el blazer negro como el resto de sus vecinos de al lado, fueran obligados a mudarse a otro armario fuera de aquella casa, y menos a uno donde se encontraba un rapaz y presumido vestido dorado de encaje.

    Atando cabos, llegaron a la conclusión de que todo aquello no pintaba bien. Fuera del armario se escuchaban demasiadas discusiones últimamente y, lo que era peor, ella ya no los usaba. Desde que tuvo al bebé se había obsesionado con un par de faldas horribles que no le sentaban ni bien, por no hablar de aquellos pantalones anchos que lavaba y se ponía, casi sin darle tiempo a guardarlos, y que se habían hecho con la popularidad del armario porque eran prácticamente su uniforme para estar en casa. Aunque, a decir verdad, fueron las braguitas de encaje las primeras en dar la voz de alarma. Ellas, siempre tan discretas, que nunca se las oía en el cajón, aparecieron una noche disgustadas porque estaban ocupando su lugar unas horrendas bragas sin costuras de unos colores que dejaban mucho que desear y con unas conversaciones y modales tan ordinarios, que las tenían acobardadas al fondo del cajón. Y lo cierto era que, si se paraban a pensarlo, a ella llevaban mucho tiempo sin verla, tan solo de refilón y con prisa por las mañanas: abría el armario y cogía lo primero que pillaba (que siempre era una de las anodinas faldas y una blusa) para llevar al pequeño a la guardería. Ya no se recreaba en el armario revisando y probándose modelitos con cierta coquetería, para salir de cena o con sus amigas, ni usaba lápiz de labios ni colorete. Sin embargo, no habían notado ese abandono en él los vecinos de al lado. Conclusión: algo estaba fallando y necesitaban un buen plan.

      Él abrió su armario y, sorprendido, encontró aquel vestido rojo que tanto le gustaba. Descolgó la percha, acarició su finísimo tejido y recordó la última vez que se lo vio puesto. Ella entró en ese momento, con el bebé en brazos, se la veía agotada por la mala noche que había tenido. Le miró extrañada y, acto seguido, le entregó al bebé para coger su vestido. Se miró en el espejo con la prenda aún colgada cayendo delante de su cuerpo y, soltándose la coleta, se revolvió la melena. Vislumbró a una mujer que apenas un año y medio atrás lucía aquella prenda en su aniversario; y al fondo, reflejado también en el espejo, encontró la mirada anhelante de él clavada en ella.

      La falda azul, desde la puerta del armario entreabierta, se abrazó al top negro con regocijo; celebrando que ella, por fin, volvería a ser la de siempre.

Comentarios

  1. Este no te lo había visto!!! Sara! Te ha dado un ataque de inspiración o que???? Muy chulo tu relato!

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    1. Jajajaja este lo tenía en una libreta de borradores que casi tiro haciendo limpieza de cajones... ¬¬

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