Mini-J




      Ayer fue un día de grandes emociones, Mini-J se nos escapó por la terraza. La jaula tiene dos puertas y, sin darnos cuenta, nos habíamos dejado una solo entornada. Le vimos de reojo, desde el salón, salir volando, y cuando corrimos a asomarnos ya había desaparecido. Estuvimos un buen rato llamándole (cosa absurda, porque el pobre solo había volado dentro de casa y el exterior les desorienta completamente). El caso es que fue un momento de angustia, los pobres niños llorando a moco tendido y desesperados, y yo no sabía cómo consolarles, nunca les había visto llorar de esa forma, quizá porque era la primera vez que tenían algo verdaderamente importante por lo que llorar: la pérdida de un ser querido. 

      Se me ocurrió coger la jaula pequeña de transporte y salir a la calle a buscarlo, era una misión imposible, lo sabía, pero al menos les distraería un poco del llanto. Una vez en la calle nos pusimos a silbar bajo los árboles que nos íbamos encontrando. En una ocasión, lo que es la mente, a los tres nos pareció verlo acicalándose en una rama, sin embargo era una hoja seca, amarilla que se mecía con el viento, pero los tres recreamos la misma imagen. Ahí comenzaron a desesperar y a decir que seguramente se lo habría comido ya un pájaro grande, o se habría estrellado porque nunca había volado tanto, lo criamos desde que era apenas un polluelo desplumado, alimentándolo con una jeringa llena de pasta de cría. El caso es que les dije, a pesar de que yo también pensaba que no iba a durar un asalto ahí fuera, que seguramente se habría puesto en la cabeza de alguien, como hacía con nosotros, y lo cuidarían igual. Pero seguimos con la ruta, repitiendo calles y árboles en los alrededores, hasta que en un momento dado me pareció escuchar el sonido de su canto. Pensé que serían imaginaciones mías, pero ellos también lo escucharon, y nos pusimos a silbar como locos, y él nos contestaba, pero no sonaba en la zona de los árboles, sino en una de las terrazas de una urbanización cercana a la nuestra. En un momento dado revoloteó y conseguí verlo antes de posarse en el suelo otra vez, estaba en un primero, y llamé a los telefonillos de todos, sin exito. Seguimos llamándole, y un señor bajó al portal y me dijo que subiera, que estaba en su balcón, que me había contestado pero estábamos tan alborotados llamando al pájaro que ni lo oímos. Subí corriendo y cuando entré en la casa, la esposa me comunicó que se acababa de ir, que había estado por lo menos veinte minutos jugando con el gato a través del cristal. Volví a bajar y los niños, que se habían quedado vigilando abajo, lo vieron cambiar de portal y quedarse en un tercero. Otra vez operación llamada a los porteros automáticos hasta que una mujer asomó desde su terraza con el pájaro atrapado en sus manos, se le había posado en la cabeza. No puedo describir la emoción de ese momento, pero sí la imagen de mis hijos abrazándose y saltando de alegría. Cuando aquella mujer lo depositó en nuestra jaula y lo vimos sano y salvo, no lo podíamos creer, lo llevábamos por la calle a paso lento, como si la jaula fuera de cristal y se fuera a romper. No terminábamos de creérnoslo después de haberlo dado por perdido. Lo que empezó siendo una de las tardes más tristes de los últimos años, terminó siendo la más feliz. Lección aprendida: de nada sirve lamentarse y quedarse sin hacer nada, porque a veces, si lo intentas, es posible darle la vuelta a la situación.

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