No queda nadie en el andén...


   
      Viernes, ocho de la tarde. En una estación de cualquier parte, un hombre observa a una mujer que está sentada en un banco del andén. Ella saca algo del bolsillo, es un papel, lo lee, lo mira, lo arruga, lo guarda. Su rostro adopta el gesto de la angustia y la desesperación. Abre de nuevo el papel, lo lee, lo mira, lo arruga y lo tira con rabia al suelo del andén.

      El tren realiza su llegada y, mientras la mujer desaparece dentro de los vagones, el hombre que la observaba recoge del suelo el papel arrugado. Lo guarda en su bolsillo y sube al tren. Busca a la mujer con la mirada, la encuentra. Se sienta en frente de ella, la observa. Ella nota su mirada, levanta la cabeza y le mira. Se siente incómoda, pero le sigue mirando, con una mirada de esas que traspasan los límites del espacio y se proyectan al infinito, dejando incluso de ver al hombre que tiene enfrente.

      El tren efectúa otra parada, ella se baja y una vez en el andén, mira hacia dentro, donde está él, que la observa a través de la ventana del vagón. El tren se pone en marcha, ellos continúan sin dejar de mirarse, hasta que poco a poco ella desaparece entre la multitud. Entonces él saca del bolsillo la nota que ella arrojó en el andén, la abre y lee:

“Espérame el domingo a las ocho de la tarde en la estación, tenemos que hablar, esto no puede seguir así”

      Domingo, ocho de la tarde, en la misma estación. Un hombre observa a una pareja discutiendo en el andén. La mujer está triste y llora, el hombre que discute con ella está desconcertado. Finalmente dejan de discutir, su acompañante se da la vuelta y se aleja por el andén hacia la salida, dejándola sola. Ella se sienta en el mismo banco del viernes, con la mirada perdida, secando sus lágrimas. El hombre que observaba la escena se acerca y le entrega un papel arrugado, ella lo abre y lo lee:

“Espérame el domingo a las ocho de la tarde en la estación, tenemos que hablar, esto no puede seguir así...
...me muero por saber lo que tus ojos les decían a los míos cuando se miraban ayer”.

     Suben al tren. No queda nadie en el andén.

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